«La mejor universidad es el viajar»; apunta una reflexión de Paulo Coelho, con la que seguramente más de un viajero se siente identificado. No se puede negar que es una gran verdad porque viajar nos somete a un aprendizaje constante, donde desarrollamos nuevas habilidades y hábitos de comportamiento. Cuando viajamos nos vemos sometidos a probarnos y superarnos en todo momento, a mantenernos fieles a un objetivo, a levantarnos cada día con ganas e ilusión, pese a la fatiga del día anterior. Viajando, reafirmamos la idea de que los límites están en nuestra cabeza y que siempre podemos dar un paso más. Los viajes nos van cambiando y van creando ciertos hábitos que difícilmente se pueden romper. Algunos de los hábitos que por lo general se repiten en los viajeros frecuentes son:
Decir si
Hay muchas cosas que en nuestra rutina diaria pasamos por alto, a las que ni siquiera prestamos atención, a las que muy a menudo nos cerramos por pereza, desinterés, cansancio o cualquier otra excusa. Al viajar se aprende a decir: «si», con más facilidad, a abrirse a las nuevas oportunidades, a decir: «si» al deseo de lanzarse al mar a la media noche sin importar la temperatura del agua, a sentarse a comer al lado de un desconocido, a probar algo que a simple vista no se ve muy apetitoso, a caminar horas y horas por la promesa de encontrar al final del camino algo nuevo… viajando las barreras de un «no» se van superando… y se adquiere el hábito de abrirnos las puertas a través de un «si».
Volver a sorprenderse con las pequeñas cosas
Viajando también se adquiere el hábito de contemplar la belleza en todos sus estados, a despojarnos de esos lentes que nos enceguecen y se convierten en un mal filtro que no nos permite apreciar las pequeñas maravillas que nos rodean en cada momento del día. Los viajes crean el hábito de sorprendernos con cosas mínimas que de costumbre ignoramos, como una puesta de sol, un arco iris o la autenticidad y colorido de una ciudad.
Ser agradecido
A medida que se avanza en un viaje va creciendo en nosotros un enorme sentimiento de gratitud. Gratitud ante la vida por ponernos justo ahí, en ese momento, frente a ese lugar que parece sacado de un sueño, gratitud ante alguien que gentilmente nos abre las puertas de su casa sin pedir nada a cambio, gratitud de sentirnos vivos y con ganas de continuar en la ruta… ese sentimiento se instala y se convierte en otro hábito de los viajeros.
Valorar el momento presente
Frecuentemente, en la vida diaria, los minutos y las horas pasan sin que lo notemos, se cumplen los compromisos del día y en función a las tareas cotidianas se mira de vez en cuando el reloj, a veces con impaciencia, para saber cuánto falta para el fin de la jornada laboral. En cambio, cuando se viaja se aprecia cada segundo, se desean días de más de 24 horas para aprovechar un poco más del viaje, se respira profundamente y se mira alrededor, sintiendo que ese momento vale la pena.
Ser un buen administrador de los recursos
Con los viajes se adquiere el hábito de administrar bien los recursos de los que se dispone. Se aprende a distribuir mejor el tiempo y el dinero, se toma conciencia sobre lo importante que es respetar un presupuesto. Cuando se escala una montaña o se realiza una caminata de varios días al aire libre, se aprende a sobrevivir con lo que se lleva en la mochila y la única alternativa es hacer un uso responsable de los recursos con los que se cuenta en esa travesía.
Ser fuerte
Otra de las cosas que nos enseñan los viajes es a ser fuertes, tanto física como mentalmente. Y no solo aquellos viajes que exigen un gran esfuerzo físico, también esos viajes que nos alejan de nuestra cultura, idioma y seres queridos, esos viajes que nos obligan a enfrentarnos a la idiosincrasia de otro país, con o sin los documentos necesarios para permanecer y obtener un trabajo, con un alto o bajo conocimiento de la lengua… esos viajes forjan el carácter y nos dejan el hábito de ser fuertes.
Confiar
Suele pasar que las circunstancias y el entorno hace a las personas desconfiadas; pues bien, viajando se recupera la confianza no solo en los demás sino en sí mismo, se comprende que hay mucha gente buena por ahí digna de confianza, y que aunque a veces por sus rasgos o expresión parezcan duros, tienen un gran corazón. La sensación de bienestar que producen los viajes también hace que se tenga más confianza en sí mismo y en todo lo que sé es capaz de lograr con determinación y ganas. Si no que lo corrobore uno de esos tantos viajeros que andan por ahí dando la vuelta del mundo con más ánimos que dinero.
Prescindir de lo innecesario
Los seres humanos tenemos la costumbre de acumular cosas y como muchos lo saben de volvernos esclavos del consumismo. Cuando se viaja frecuentemente, se aprende a despojarse de todo aquello que no es necesario, se aprende a viajar ligero. De alguna manera los viajeros se vuelven menos materialistas y más que atesorar cosas, atesoran momentos y recuerdos. Saben condensar en una mochila el alimento, el agua, el abrigo y todo lo único y necesario para vivir lejos de la «civilización» por un tiempo. Viajando se adquiere el hábito de prescindir de lo innecesario.
Ser Proactivo
Viajando también se refuerza la capacidad de enfrentar eficazmente y con audacia las diferentes situaciones y pormenores que surgen en el camino, la de aportar soluciones creativas y ágiles. En los viajes el tiempo no es lo que sobra precisamente y deben tomarse decisiones rápidas que generen los resultados convenientes. Por ejemplo si se pierde el bus hacia el próximo destino, si no llegan las maletas, si el cajero automático no funciona y no se cuenta con efectivo, o si nuestro anfitrión a último minuto no puede hospedarnos… sea cuál sea la situación, el viaje sigue y el viajero aprende a tomar la mejor actitud frente a cada circunstancia.
Fijarse y cumplir objetivos
La gente se pregunta como hacen los viajeros para ir de aquí para allá y si su única preocupación es viajar, ellos al fin y al cabo solo ven las fantásticas imágenes del viaje. Pero detrás de cada viaje, suele existir una gran organización, en la que se van definiendo y cumpliendo objetivos, como ahorrar, tramitar el visado, definir una fecha para iniciar la ruta, concluir otras obligaciones para que el viaje sea posible, e incluso, los más apasionados se marcan como objetivo el conocer un número de países o atravesar un continente antes de llegar a cierta edad. Fijarse y cumplir objetivos es otro de los hábitos de los viajeros.
No despreciar ningún trabajo
En algunos viajes los estudios o títulos universitarios, no siempre vienen en nuestra ayuda. A veces es indispensable aceptar trabajos a los que no estamos acostumbrados, para tener un sitio donde dormir, un plato de comida o tener el dinero suficiente para continuar. Hoy en día es muy común que los viajeros intercambien trabajo por hospedaje o comida. También es común viajar para cursar algún posgrado, aprender otro idioma, en la búsqueda de mejorar el perfil profesional. Para afrontar los gastos de esos estudios, se hace necesario trabajar en lo que salga, limpiando platos, sirviendo mesas, cuidando niños o gente mayor… y aunque cueste, ese trabajo se realiza con una gran satisfacción, porque nos mantiene en el camino de nuestras metas. Al viajar se adquiere el hábito de aprovechar el trabajo que salga a nuestro encuentro siempre y cuando sea honesto.
Estos son algunos de los tantos hábitos que se adquieren cuando se viaja, es por eso que cuando una persona comienza a viajar es difícil que se detenga, porque es difícil saciar esa sed de conocimiento y aprendizaje constante que se genera en los viajes. ¿Qué otros hábitos has adquirido en tus viajes?.
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Muy bueno, identificada con todos!